REFLEXIÓN DE LA HNA. SOL DE ARGENTINA PARA LA JUVENTUD .
Comienza una nueva cuaresma, y con ella un nuevo tiempo de gracia para nuestra alma, claro está, siempre y cuando sepamos aprovechar bien este tiempo de preparación a la PASCUA. Estos 40 días son días para acompañar a Jesús en su silencio, en su preparación para su pasión y muerte, días que nos pueden llevar a nosotras a ir contemplando -en algo- nuestro mundo interior desde la perspectiva del dolor y del sufrimiento que llevamos anidados en nuestros corazones. Este tiempo de reflexión nos puede llevar a descubrir algunas cosas que nos marcaron: situaciones vividas, hechos concretos, etc; cosas que en algo hayan despertado en nuestro corazón algunas heridas que parecían dormidas.
Muchas veces tomamos diferentes posturas frente al dolor: la más común, es no querer verlo, ignorarlo, seguir adelante como si nada pasara. Muchas veces son estas heridas las que llevan al joven de hoy a querer cubrirlas, taparlas con diferentes sustitutos, como puede ser el alcohol o tantos otros. Un experto en pedagogía juvenil, años atrás desarrolló la problemática de las adicciones en los jóvenes y en su ponencia dijo algo que repitió muchas veces: “Los jóvenes de hoy están tristes, por eso caen en tantas adicciones". Habló de las más diversas: alcohol, droga, televisión, internet, trabajo, sexualidad, etc. Su ponencia hablaba de las adicciones como la falta de palabra “a” –ausencia- de “dicción” –palabra- Y por eso, toda su propuesta para combatir esta problemática estaba basada en lo contrario, en el diálogo. El diálogo como esa instancia que llena el vacío del alma, el diálogo que da la experiencia de saberse cobijado en alguien, el diálogo que da la posibilidad al corazón de poder explayarse, de poder clarificar las dudas, de poder expresar sus angustias que muchas veces oprimen el alma.
Podríamos decir que el sufrimiento es algo inherente a todo ser humano, es parte de nuestra condición humana. Pero la diferencia entre un cristiano y un no cristiano, está en la forma en cómo vive ese sufrimiento.
Recién hablábamos del diálogo como una forma para expresar las angustias que se generan muchas veces en el corazón. La diferencia en un cristiano a la hora de llevar su sufrimiento está justamente en el diálogo con Dios, ese diálogo simple y sencillo que nos lleva a ese vínculo filial con el Padre Celestial.
Pensemos en la Mater, ella tuvo que enfrentar muchos sufrimientos. Ya el profeta Simeón se lo anticipó: “Y una espada te atravesará el alma”. Se habla de una espada de siete filos, por los siete dolores de María Santísima. ¿Cómo vivió María sus dolores? ¿Los calló con sustitutos? Sin duda que no, ella no los calló, los hizo diálogo con Dios.
Podríamos decir que uno de sus dolores fue generado por su maternidad divina, pero no por la maternidad divina, sino la situación que eso le generó para con San José: cuando él la ve embarazada, con justa razón piensa abandonarla. Imagínense la situación de María: ¿cómo iba a hacer ella para explicarle a San José lo que había sucedido? Se trataba de algo tan grande, tan sublime, que no había palabras para expresarlo. Si le decía a San José: “concebí por obra y gracia del Espíritu Santo”, él no iba a entender nada porque la Tercera Persona de la Santísima Trinidad se reveló al final de la vida de Jesús, en ese momento, no se hablaba del Espíritu Santo. Lo sucedido en el momento de la Anunciación fue un misterio tan grande que no se podía explicar... a la fe católica le llevó mucho tiempo llegar a comprender estas verdades de fe. Y María se daba cuenta de que José estaba intranquilo, ella seguramente sufría por la situación: sufría por el Hijo que llevaba en su seno… quería recibirlo en una familia y José pensaba en dejarla. Sufría también por San José, a quien quiso mucho, no quería verlo sufrir, y sin embargo no tenía palabras para explicar lo que había sucedido en ella. Una terrible tensión en su corazón que logra encauzarla sólo en la confianza filial: ella espera serena en medio del dolor, confiada de que Dios le aclarará a San José su terrible duda. Humanamente ya no puede hacer más nada, sólo le queda confiarse en Dios, confiar en que él actuará en el momento preciso. Y así fue, José fue alertado en sueños por Dios de lo que había sucedido en María, y por eso no la abandona, y toma su rol como protector de la Sagrada Familia de Nazaret.
Conocemos el otro pasaje bíblico donde María y José pierden al Niño, lo buscan, lo buscan y finalmente lo encuentran. María al verlo le dice: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos” Y conocemos también la dura respuesta de Jesús: “¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi padre?” Y finalmente el relato dice: “María no comprendió, pero guardaba todas estas cosas en su corazón”.
“Ella guardaba todas estas cosas en su corazón”. Con esto ya tenemos la pauta de su diálogo interior con Dios. Ella todo lo conservaba, lo meditaba, lo hablaba con Dios, todo en un diálogo sencillo e ingenuo. No se guardaba ningún dolor para sí, lo conversaba todo, lo llevaba todo a la oración. Seguramente habrá rezado así: “Dios, ¿qué quieres decirme con esta situación? ¿Por qué permites que vivamos este dolor tan grande, qué estás buscando, qué esperas de nosotros en esta situación?”. Y de estos diálogos sencillos, María gana la fortaleza que la lleva a estar de pie junto a la cruz, dispuesta a entregar lo más querido: su propio Hijo para la redención del mundo.
Pensemos también en el Padre José Kentenich, ¿cómo vivió él el sufrimiento? En el libro “Los años ocultos” cuenta el relato de su prima que para ella el Padre Kentenich estuvo clavado en la cruz desde antes de su nacimiento hasta que partió a la eternidad. Ella hacía referencia con esto que a lo largo de toda su vida, él siempre tuvo que vivir un gran sufrimiento: no pudo contar con su papá, luego la madre se ve obligada a dejarlo en un orfanato, casi no llega a ser ordenado Sacerdote, su salud frágil, las incomprensiones que tuvo que soportar porque no se comprendía su nueva fundación, Dachau, el Exilio, y los últimos años de su muerte cuando ya no le quedaba tiempo libre para sí, por tener que atender a toda su Familia de Schoenstatt internacional.
Pensemos en su paso por Argentina cuando vino para bendecir nuestro primer Santuario de Schoenstatt en nuestra Patria, un Santuario tan buscado, tan anhelado por él.
El contexto histórico en el que tuvo que venir no fue nada fácil: por un lado se vivía la gran alegría de poder tenerlo en nuestra tierra para la bendición y consagración del Santuario, pero por otro lado el gran dolor de los decretos que caían sobre él que no le permitía entrar en diálogo con varios de sus hijos de Schoenstatt.
La alegría de poder llegar a bendecirlo, y con eso la alegría del cumplimiento de su promesa “desde cualquier lugar del mundo donde esté, vendré a bendecir este Santuario”, y a su vez el dolor inmenso de la separación que tuvo que vivir con su Obra de Schoenstatt.
Sus palabras dichas en la bendición del Santuario, expresan un misterio muy común en su vida: la sonrisa divina y el llanto humano, detrás de la sonrisa divina, escondía su llanto humano.
Sabemos que cuando finalmente puede pisar el Santuario del Padre, ese 17 de enero de 1952, antes de su bendición, la Hermana M. Úrsula expresa espontáneamente mirando a la Mater: “Mater, ¡por qué nos haces esto! El Padre está con nosotros pero no le podemos hablar, ¡por qué nos haces esto!”, al Padre Kentenich, que estaba arrodillado en silencio en el comulgatorio del Santuario, le corren lágrimas silenciosas por sus mejillas.
En la plática de bendición, él comienza expresando esa sonrisa divina, y dice: “¡Por fin ha llegado el momento para el que nos hemos preparado durante tanto tiempo, por el que nos hemos sacrificado mucho y por el cual nos alegramos tanto. Todos sabemos por experiencia, que hay momentos que constituyen una incisión sumamente profunda en nuestra vida. No suceden todos los días, pero cuando se dan, sentimos que irrumpe una fuerza divina, sobrenatural, sea que se trate de nuestra vida familiar, social, de la historia eclesiástica o mundial. Y nosotros sentimos que en una irrupción de lo divino, ahora hemos sido elegidos por el Dios Eterno e Infinito como portadores, como instrumentos…”. Y luego expresa su llanto humano de manera muy sutil, diciendo: “… instrumentos al modo de San Pablo del cual Dios dice: ‘le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre’”.
Sin duda su sufrimiento era grande… separación de su Obra, la Iglesia le pide que deje de ser el Director General del Movimiento que había fundado; destierro, debe dejar su patria. El Padre sufre también incomprensiones, sobre sus hombros recaían duras acusaciones, y sin embargo permanece con serenidad y alegría… En medio de todo ese dolor, él era capaz de regalar alegrías, por ejemplo, regalando bombones a jóvenes que estaban allí presentes…
Su situación era delicada, abandonaba su tierra, abandonaba todo. Sin embargo su visión de esta cruz era distinta, una visión que lo alejaba de la incomprensión y angustia. Esto lo expresa cuando dice: “Claro, debe haber hombres que pierdan su hogar para poder preparar hogar a otros…” Él estaba perdiendo su hogar, y aceptaba toda esta difícil situación como un modo concreto de entregar aportes al Capital de Gracias para preparar un hogar espiritual para las innumerables personas que se acercarían a ese Santuario de Schoenstatt…
Continúa expresando: “Cuando crecen las dificultades no podemos superarlas con medios comunes. Esto es signo de la fe que hoy se renueva aquí y nosotros creemos. ¡Cómo necesitamos hoy de esta fe en la divina providencia, de ese saber que estamos en las manos de un Dios Todopoderoso! Lo necesitamos pues la vida nos arrastra de un lado a otro, nos confunde y nos incita a apartar la vista de la cumbre de las montañas. Desgraciadamente solemos medir con medidas terrenales. Pero no ha de ser así. ¡Carisma de la fe! Mensaje de la fe en la divina providencia, de la fe en nuestra misión”
Era propio del Padre Kentenich entrar en diálogo con Dios en medio de los sufrimientos, él nos enseñó aquí en Argentina, a buscar la mano de Dios detrás de las dificultades, ¡y bien que se estaban viviendo dificultades en aquel tiempo de la bendición del Santuario! El decía que no debíamos medir las cosas con medidas terrenales, sino con la medida de la fe en Dios Todopoderoso, con la medida de la fe en la misión que hemos recibido. En el caso personal de cada una, deberíamos aprender a superar nuestras dificultades con la medida de la fe en nuestra misión personal, en nuestro ideal personal.
En medio de esa hora de dolor y alegría, él sigue expresando: “Cuanto más grandes son las dificultades, cuanto más osadamente emprendamos la lucha sea donde fuere, tanto más seguros podemos estar de que “en el signo de la cruz venceremos”. Dios nos manda dificultades para desprendernos de nosotros mismos, para que crezca nuestra fe, para que nuestro corazón se desprenda más y más. “Señor, si quieres quitarme este hijo…”
¿Acaso estas palabras del Padre en el momento de bendición no están haciendo alusión a su situación interior? Por momentos parecía que por permisión de Dios, la Iglesia le sacaría a él definitivamente a su hijo, a su Obra de Schoenstatt…
Continúa “puede ser más difícil renunciar a hijos espirituales que incluso a uno mismo… ¿Qué quiere Dios de nosotros? Que no querramos más nada…”
Sólo en la medida que nos desprendamos de nosotras mismas, tendremos nuestro corazón vacío para dejarnos llenar por Dios… ese es en definitiva, el sentido último del sufrimiento en nuestra vida…
Por eso, contemplando la vida de sufrimientos de María, y de nuestro Padre y Fundador, ahora queremos nosotras contemplar nuestra propia vida de sufrimientos y preguntarnos:
¿cuáles son? ¡en qué situaciones concretas los viví? ¿para qué Dios los permitió? ¿qué me quiere decir Dios con ellos?
Para terminar esta reflexión, queremos depositar nuestros sufrimientos como nuestro gran aporte al Capital de Gracias.
Hoy el Santuario sigue en construcción, sabemos que sin aportes al Capital de Gracias no hay Santuario, si nosotras dejamos de aportar al Capital de Gracias, entonces la Mater ya no puede obrar en el Santuario, es el misterio del “nada sin ti, nada sin nosotros”. Hoy, también nosotras podemos y debemos seguir construyendo el Santuario con nuestros aportes al Capital de Gracias.
Escuchemos unas palabras del Padre y Fundador en la plática de bendición del Santuario del Padre:
“El Santuario es un signo de lucha, es el fruto de una lucha múltiple_ aquí de sacrificios económicos, allá de sacrificios espirituales- de manera que somos hoy un círculo en el que cada uno puede decir: lo que se ha hecho no se hubiera hecho sin mí. Quién aportó más… lo sabe únicamente Dios…”
Que este tiempo de Cuaresma nos lleve a ser un Capital de Gracias viviente, y así nuestro corazón reciba la gracia de la transformación interior para vivir con intensidad la alegría de la PASCUA.
Hna María Sol
Comienza una nueva cuaresma, y con ella un nuevo tiempo de gracia para nuestra alma, claro está, siempre y cuando sepamos aprovechar bien este tiempo de preparación a la PASCUA. Estos 40 días son días para acompañar a Jesús en su silencio, en su preparación para su pasión y muerte, días que nos pueden llevar a nosotras a ir contemplando -en algo- nuestro mundo interior desde la perspectiva del dolor y del sufrimiento que llevamos anidados en nuestros corazones. Este tiempo de reflexión nos puede llevar a descubrir algunas cosas que nos marcaron: situaciones vividas, hechos concretos, etc; cosas que en algo hayan despertado en nuestro corazón algunas heridas que parecían dormidas.
Muchas veces tomamos diferentes posturas frente al dolor: la más común, es no querer verlo, ignorarlo, seguir adelante como si nada pasara. Muchas veces son estas heridas las que llevan al joven de hoy a querer cubrirlas, taparlas con diferentes sustitutos, como puede ser el alcohol o tantos otros. Un experto en pedagogía juvenil, años atrás desarrolló la problemática de las adicciones en los jóvenes y en su ponencia dijo algo que repitió muchas veces: “Los jóvenes de hoy están tristes, por eso caen en tantas adicciones". Habló de las más diversas: alcohol, droga, televisión, internet, trabajo, sexualidad, etc. Su ponencia hablaba de las adicciones como la falta de palabra “a” –ausencia- de “dicción” –palabra- Y por eso, toda su propuesta para combatir esta problemática estaba basada en lo contrario, en el diálogo. El diálogo como esa instancia que llena el vacío del alma, el diálogo que da la experiencia de saberse cobijado en alguien, el diálogo que da la posibilidad al corazón de poder explayarse, de poder clarificar las dudas, de poder expresar sus angustias que muchas veces oprimen el alma.
Podríamos decir que el sufrimiento es algo inherente a todo ser humano, es parte de nuestra condición humana. Pero la diferencia entre un cristiano y un no cristiano, está en la forma en cómo vive ese sufrimiento.
Recién hablábamos del diálogo como una forma para expresar las angustias que se generan muchas veces en el corazón. La diferencia en un cristiano a la hora de llevar su sufrimiento está justamente en el diálogo con Dios, ese diálogo simple y sencillo que nos lleva a ese vínculo filial con el Padre Celestial.
Pensemos en la Mater, ella tuvo que enfrentar muchos sufrimientos. Ya el profeta Simeón se lo anticipó: “Y una espada te atravesará el alma”. Se habla de una espada de siete filos, por los siete dolores de María Santísima. ¿Cómo vivió María sus dolores? ¿Los calló con sustitutos? Sin duda que no, ella no los calló, los hizo diálogo con Dios.
Podríamos decir que uno de sus dolores fue generado por su maternidad divina, pero no por la maternidad divina, sino la situación que eso le generó para con San José: cuando él la ve embarazada, con justa razón piensa abandonarla. Imagínense la situación de María: ¿cómo iba a hacer ella para explicarle a San José lo que había sucedido? Se trataba de algo tan grande, tan sublime, que no había palabras para expresarlo. Si le decía a San José: “concebí por obra y gracia del Espíritu Santo”, él no iba a entender nada porque la Tercera Persona de la Santísima Trinidad se reveló al final de la vida de Jesús, en ese momento, no se hablaba del Espíritu Santo. Lo sucedido en el momento de la Anunciación fue un misterio tan grande que no se podía explicar... a la fe católica le llevó mucho tiempo llegar a comprender estas verdades de fe. Y María se daba cuenta de que José estaba intranquilo, ella seguramente sufría por la situación: sufría por el Hijo que llevaba en su seno… quería recibirlo en una familia y José pensaba en dejarla. Sufría también por San José, a quien quiso mucho, no quería verlo sufrir, y sin embargo no tenía palabras para explicar lo que había sucedido en ella. Una terrible tensión en su corazón que logra encauzarla sólo en la confianza filial: ella espera serena en medio del dolor, confiada de que Dios le aclarará a San José su terrible duda. Humanamente ya no puede hacer más nada, sólo le queda confiarse en Dios, confiar en que él actuará en el momento preciso. Y así fue, José fue alertado en sueños por Dios de lo que había sucedido en María, y por eso no la abandona, y toma su rol como protector de la Sagrada Familia de Nazaret.
Conocemos el otro pasaje bíblico donde María y José pierden al Niño, lo buscan, lo buscan y finalmente lo encuentran. María al verlo le dice: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos” Y conocemos también la dura respuesta de Jesús: “¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi padre?” Y finalmente el relato dice: “María no comprendió, pero guardaba todas estas cosas en su corazón”.
“Ella guardaba todas estas cosas en su corazón”. Con esto ya tenemos la pauta de su diálogo interior con Dios. Ella todo lo conservaba, lo meditaba, lo hablaba con Dios, todo en un diálogo sencillo e ingenuo. No se guardaba ningún dolor para sí, lo conversaba todo, lo llevaba todo a la oración. Seguramente habrá rezado así: “Dios, ¿qué quieres decirme con esta situación? ¿Por qué permites que vivamos este dolor tan grande, qué estás buscando, qué esperas de nosotros en esta situación?”. Y de estos diálogos sencillos, María gana la fortaleza que la lleva a estar de pie junto a la cruz, dispuesta a entregar lo más querido: su propio Hijo para la redención del mundo.
Pensemos también en el Padre José Kentenich, ¿cómo vivió él el sufrimiento? En el libro “Los años ocultos” cuenta el relato de su prima que para ella el Padre Kentenich estuvo clavado en la cruz desde antes de su nacimiento hasta que partió a la eternidad. Ella hacía referencia con esto que a lo largo de toda su vida, él siempre tuvo que vivir un gran sufrimiento: no pudo contar con su papá, luego la madre se ve obligada a dejarlo en un orfanato, casi no llega a ser ordenado Sacerdote, su salud frágil, las incomprensiones que tuvo que soportar porque no se comprendía su nueva fundación, Dachau, el Exilio, y los últimos años de su muerte cuando ya no le quedaba tiempo libre para sí, por tener que atender a toda su Familia de Schoenstatt internacional.
Pensemos en su paso por Argentina cuando vino para bendecir nuestro primer Santuario de Schoenstatt en nuestra Patria, un Santuario tan buscado, tan anhelado por él.
El contexto histórico en el que tuvo que venir no fue nada fácil: por un lado se vivía la gran alegría de poder tenerlo en nuestra tierra para la bendición y consagración del Santuario, pero por otro lado el gran dolor de los decretos que caían sobre él que no le permitía entrar en diálogo con varios de sus hijos de Schoenstatt.
La alegría de poder llegar a bendecirlo, y con eso la alegría del cumplimiento de su promesa “desde cualquier lugar del mundo donde esté, vendré a bendecir este Santuario”, y a su vez el dolor inmenso de la separación que tuvo que vivir con su Obra de Schoenstatt.
Sus palabras dichas en la bendición del Santuario, expresan un misterio muy común en su vida: la sonrisa divina y el llanto humano, detrás de la sonrisa divina, escondía su llanto humano.
Sabemos que cuando finalmente puede pisar el Santuario del Padre, ese 17 de enero de 1952, antes de su bendición, la Hermana M. Úrsula expresa espontáneamente mirando a la Mater: “Mater, ¡por qué nos haces esto! El Padre está con nosotros pero no le podemos hablar, ¡por qué nos haces esto!”, al Padre Kentenich, que estaba arrodillado en silencio en el comulgatorio del Santuario, le corren lágrimas silenciosas por sus mejillas.
En la plática de bendición, él comienza expresando esa sonrisa divina, y dice: “¡Por fin ha llegado el momento para el que nos hemos preparado durante tanto tiempo, por el que nos hemos sacrificado mucho y por el cual nos alegramos tanto. Todos sabemos por experiencia, que hay momentos que constituyen una incisión sumamente profunda en nuestra vida. No suceden todos los días, pero cuando se dan, sentimos que irrumpe una fuerza divina, sobrenatural, sea que se trate de nuestra vida familiar, social, de la historia eclesiástica o mundial. Y nosotros sentimos que en una irrupción de lo divino, ahora hemos sido elegidos por el Dios Eterno e Infinito como portadores, como instrumentos…”. Y luego expresa su llanto humano de manera muy sutil, diciendo: “… instrumentos al modo de San Pablo del cual Dios dice: ‘le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre’”.
Sin duda su sufrimiento era grande… separación de su Obra, la Iglesia le pide que deje de ser el Director General del Movimiento que había fundado; destierro, debe dejar su patria. El Padre sufre también incomprensiones, sobre sus hombros recaían duras acusaciones, y sin embargo permanece con serenidad y alegría… En medio de todo ese dolor, él era capaz de regalar alegrías, por ejemplo, regalando bombones a jóvenes que estaban allí presentes…
Su situación era delicada, abandonaba su tierra, abandonaba todo. Sin embargo su visión de esta cruz era distinta, una visión que lo alejaba de la incomprensión y angustia. Esto lo expresa cuando dice: “Claro, debe haber hombres que pierdan su hogar para poder preparar hogar a otros…” Él estaba perdiendo su hogar, y aceptaba toda esta difícil situación como un modo concreto de entregar aportes al Capital de Gracias para preparar un hogar espiritual para las innumerables personas que se acercarían a ese Santuario de Schoenstatt…
Continúa expresando: “Cuando crecen las dificultades no podemos superarlas con medios comunes. Esto es signo de la fe que hoy se renueva aquí y nosotros creemos. ¡Cómo necesitamos hoy de esta fe en la divina providencia, de ese saber que estamos en las manos de un Dios Todopoderoso! Lo necesitamos pues la vida nos arrastra de un lado a otro, nos confunde y nos incita a apartar la vista de la cumbre de las montañas. Desgraciadamente solemos medir con medidas terrenales. Pero no ha de ser así. ¡Carisma de la fe! Mensaje de la fe en la divina providencia, de la fe en nuestra misión”
Era propio del Padre Kentenich entrar en diálogo con Dios en medio de los sufrimientos, él nos enseñó aquí en Argentina, a buscar la mano de Dios detrás de las dificultades, ¡y bien que se estaban viviendo dificultades en aquel tiempo de la bendición del Santuario! El decía que no debíamos medir las cosas con medidas terrenales, sino con la medida de la fe en Dios Todopoderoso, con la medida de la fe en la misión que hemos recibido. En el caso personal de cada una, deberíamos aprender a superar nuestras dificultades con la medida de la fe en nuestra misión personal, en nuestro ideal personal.
En medio de esa hora de dolor y alegría, él sigue expresando: “Cuanto más grandes son las dificultades, cuanto más osadamente emprendamos la lucha sea donde fuere, tanto más seguros podemos estar de que “en el signo de la cruz venceremos”. Dios nos manda dificultades para desprendernos de nosotros mismos, para que crezca nuestra fe, para que nuestro corazón se desprenda más y más. “Señor, si quieres quitarme este hijo…”
¿Acaso estas palabras del Padre en el momento de bendición no están haciendo alusión a su situación interior? Por momentos parecía que por permisión de Dios, la Iglesia le sacaría a él definitivamente a su hijo, a su Obra de Schoenstatt…
Continúa “puede ser más difícil renunciar a hijos espirituales que incluso a uno mismo… ¿Qué quiere Dios de nosotros? Que no querramos más nada…”
Sólo en la medida que nos desprendamos de nosotras mismas, tendremos nuestro corazón vacío para dejarnos llenar por Dios… ese es en definitiva, el sentido último del sufrimiento en nuestra vida…
Por eso, contemplando la vida de sufrimientos de María, y de nuestro Padre y Fundador, ahora queremos nosotras contemplar nuestra propia vida de sufrimientos y preguntarnos:
¿cuáles son? ¡en qué situaciones concretas los viví? ¿para qué Dios los permitió? ¿qué me quiere decir Dios con ellos?
Para terminar esta reflexión, queremos depositar nuestros sufrimientos como nuestro gran aporte al Capital de Gracias.
Hoy el Santuario sigue en construcción, sabemos que sin aportes al Capital de Gracias no hay Santuario, si nosotras dejamos de aportar al Capital de Gracias, entonces la Mater ya no puede obrar en el Santuario, es el misterio del “nada sin ti, nada sin nosotros”. Hoy, también nosotras podemos y debemos seguir construyendo el Santuario con nuestros aportes al Capital de Gracias.
Escuchemos unas palabras del Padre y Fundador en la plática de bendición del Santuario del Padre:
“El Santuario es un signo de lucha, es el fruto de una lucha múltiple_ aquí de sacrificios económicos, allá de sacrificios espirituales- de manera que somos hoy un círculo en el que cada uno puede decir: lo que se ha hecho no se hubiera hecho sin mí. Quién aportó más… lo sabe únicamente Dios…”
Que este tiempo de Cuaresma nos lleve a ser un Capital de Gracias viviente, y así nuestro corazón reciba la gracia de la transformación interior para vivir con intensidad la alegría de la PASCUA.
Hna María Sol